miércoles, 10 de agosto de 2016

Personas de asfalto



Cuando mis papás eran niños los trajeron del pueblo en busca de un "Mejor futuro", ahora mi papá dice que su sueño es jubilarse para comprarse una finquita en un pueblo y mi mamá ha adecuado su casa como si viviera en el campo. Mis abuelos se dejaron influenciar por el sueño de su época ¡ser civilizados! o al menos si ellos no podían, que sus hijos y nietos lograran serlo.

Cuando se dio el boom de la instrialización las personas quedaron divididas en dos grupos: los campensinos y los citadinos. Los citadinos eran el símbolo del progreso, del éxito, de la abundancia monetaria y la cultura, los campesinos por su parte eran los otros, los relegados los representantes del atraso y de lo arcaico, entonces el marketing consumista empezó a denigrar de la naturaleza para instaurar sus máquinas como modelo de vida, y engendraron toda una generación de personas de asfalto. 

El nuevo hombre cambió el canto de los pájaros y las quebradas, por estridente reggaetón, bocinas y música depresiva que utiliza para camuflar la tristeza que le produce haber perdido el canto original. Las ciudades se convirtieron en el útero de millones de autómatas movidos por unos cuantos pesos que se olvidaron de ser "seres humanos" y se transformaron en marionetas de lo que dictan los medios que cada vez son más incompletos. 

Siempre he creído que el ser es influido totalmente por el entorno, y esa es mi explicación dejamos de ser naturales para adoptar la pesadez del cemento. Hoy, los edificios nos impiden ver las montañas y en muchos casos hasta el mismo cielo. 

Después de correr por praderas y campos, vivimos unos encima de otros y así ¿Cómo no sentirnos asfixiados? Esa proxemia se transformó en el infierno de muchos porque confundimos la libertad con el irrespeto. Cuentan los que cuentos cuentan que hace unos 60 años nadie conocía un televisor y entonces el único y mayor entretenimiento era el encuentro con el otro, las tertulias ambientadas por guitarras, cuentos, poemas y vivencias. Al otro se le daba el respeto que merecía porque no había mayores posesiones que diferenciaran a unos de otros, como si ser humano no fuera precisamente eso, desligarse de cualquier cosa externa y quedar desnudos con nuestra verdad expuesta. 

Hoy somos la cultura de los individualistas, nuestras mayores interacciones se reducen a una pantalla que nos da la vana sensación de cercanía, ahora nos da miedo saludar al otro en la calle y aprendimos a construir fortalezas con marcas, precios e ideologías. 

La palabra persona viene de máscara, y es obvio que ese antifaz a todos nos pesa porque sino no seríamos la generación del desencanto y la tristeza como bandera. La civilización nos moldeó a su antojo, decidió por nosotros nuestros gustos y nos obligó a arrodillarnos a sus doctrinas de compraventa. Y nosotros que nos jactamos de ser los "inteligentes" nos mimetizamos al asfalto, decidimos ser cuadrados como los edificios, cuando podíamos ser libres como el río, las ramas de los árboles, los colores de las flores y los frescos olores de la montaña. 

@karlisjar

5 comentarios:

  1. Aplaudo tu entrada, severa y real. Sin duda hay un desencanto generalizado a nivel global, en cada comunidad o grupo social, principalmente por la falta de conexión interna con uno mismo, lo que de paso, nos ha desconectado también para mirar en profundidad al otro. Muchos médicos, sea cual sea su área, en la actualidad están recomendando vida al aire libre, para admirar paisajes naturales y relajar así la mente y emociones. La vastedad del campo tiene una magia singular, casi de forma instantánea te invita hacia tus mundos internos y explorar tu psicolgía mientras caminas por sus valles sinuosos y despejados, o te ayuda a resolver los laberintos del alma al adentrarse en sus bosques, o a dominar tus pasiones al encontrarte con la bravura de los mares y tormentas.

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    1. ¡Qué hermoso comentario! En definitiva se nota que estás hecha de naturaleza, yo me críe en un lugar muy natural y extraño mucho ese contacto directo con el agua que corre, los animales que enseñan y el verde que acaricia. Aunque la ciudad también tiene sus bellezas, prima para mí aquello que siento más cerca de mis raíces.

      Un abrazo

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  2. Hay algo que tenemos todos y que no solemos explotarla demasiado: la imaginación. Si estás encerrada en una caótica ciudad, donde el martillo o el taladro opacan el canto de las aves, sumérgete en la imaginación y rescata ese cantar. Si el corneteo de los carros en una cola te sacan de quicio y el smog te impide ver los árboles, sumérgete en la imaginación y rescata el verdor de sus hojas e imagina ese aire fresco en tu cara. Se puede... es cuestión de querer y saber concentrarse. Una vez que lo rescates, disfrútalo al máximo.

    Quizá cuando vuelvas, encontrarás personas a tu alrededor mirándote algo desorientadas, quizá pensando que estás "chiflada"... no importa, es sabroso.

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    1. Tienes la razón, igual es un ejercicio que practico constantemente y de hecho es bello saber como los sentidos recuerdan y logran repetir vivencias casi fidedignamente, igual la ciudad también tiene sus bellezas y paisajes memorables. No obstante lo que quería reflejar era que muchas personas se habían mimetizado tanto con el ambiente que se volvieron frías y duras. Ojalá estos seres de asfalto pudiesen leer tu comentario y encontrar una salida a sus vidas cuadradas.

      Gracias por venir

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    2. Tienes la razón, igual es un ejercicio que practico constantemente y de hecho es bello saber como los sentidos recuerdan y logran repetir vivencias casi fidedignamente, igual la ciudad también tiene sus bellezas y paisajes memorables. No obstante lo que quería reflejar era que muchas personas se habían mimetizado tanto con el ambiente que se volvieron frías y duras. Ojalá estos seres de asfalto pudiesen leer tu comentario y encontrar una salida a sus vidas cuadradas.

      Gracias por venir

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